¿Quién es este?
Queridos diocesanos:
De nuevo la Semana Santa. Un año más la Iglesia nos invita a celebrar los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo.
No solo a recordarlos o representarlos, sino a «celebrarlos», es decir, a participar con todo el corazón en una realidad que nos afecta personalmente y que, en este caso, es revivir el núcleo de la fe cristiana: «Cristo, por nosotros y por nuestra salvación, padeció, murió, fue sepultado y al tercer día resucitó, y por Él recibimos la redención, el perdón de los pecados».
En los diferentes actos que configuran nuestra Semana Santa, tanto en las celebraciones litúrgicas, como en las procesiones y otras manifestaciones de piedad, los cristianos damos gracias a Dios porque «no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él» (Jn. 3,17). Con la celebración de la Semana Santa reconocemos y proclamamos que «Dios nos demostró su amor en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros» (Rom. 5,9).
Cada uno de nosotros, como San Pablo, podemos decir: «Es palabra digna de crédito y merecedora de total aceptación, que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero». Por eso, como él, también queremos proclamar: «Mi vida de ahora la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí (Gal. 2,21). Como decimos en un canto litúrgico: «Él es nuestra salvación, nuestra vida para siempre».
Semana Santa. Tiempo de grandes celebraciones para expresar nuestra fe, para fortalecerla y, también, para anunciarla a otros. Sí. Por naturaleza, somos discípulos misioneros de Jesucristo y no podemos menos que contar a otros lo que creemos. Nosotros con nuestra vida de fe, anunciamos a Cristo, invitamos a otros a conocerlo y a encontrarse con Él. Igual que hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene a través de otras personas, ahora nos toca a nosotros ser misioneros que presentan a Jesucristo a los demás.
Muchas personas que frecuentan nuestra Semana Santa como simples observadores, aun sin decirlo expresamente, se preguntan ¿Quién es este, que llevan en procesión, al que le hacen espléndidos monumentos y honran en solemnes celebraciones litúrgicas? A nosotros nos toca responder: «Este es Cristo, el Señor, que venció nuestra muerte con su resurrección».
¿Quién es este? Es la pregunta que se hicieron muchos en la vida histórica de Jesús. Veían en Él un hombre como otros, sin embargo, sus palabras, su comportamiento, sus milagros…, les hacían preguntarse: «¿Quién es este, que hasta el viento y el mar lo obedecen?» (Mt. 8,27); «¿Quién es este, que hasta perdona pecados?» (Luc. 7, 49). Ante su persona la gente decía: «¿Qué es esto? Una enseñanza nueva expuesta con autoridad. Incluso manda a los espíritus inmundos y lo obedecen» (Mc. 1, 27).
Incluso Jesús preguntó a sus discípulos, «Vosotros, ¿quién decís que soy yo? Simón Pedro tomó la palabra y dijo: Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo» (Mt. 16, 15-16). Y Jesús felicitó a Pedro por haber recibido de Dios el don de la fe. Esta convicción, de que Jesús es el Hijo de Dios, no fue aceptada por todos. De hecho, esta afirmación fue la causa por la que Jesús fue condenado a muerte: «Preguntó el sumo sacerdote: ¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Dios? Jesús contestó: Yo soy. El sumo sacerdote, rasgándose las vestiduras, dice: ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Habéis oído la blasfemia. ¿Qué os parece? Y todos lo declararon reo de muerte» (Mc. 14, 60-64). No deja de ser llamativo que luego, al morir Jesús, «el centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo: Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios» (Mc. 15,39)..
Lo sabían todo sobre Jesús, sin embargo, les faltaba lo más importante, creer en Él y fiarse de sus palabras. Nosotros, en cambio, por la gracia de Dios hemos conocido y creído. Nuestra fe es como la de Marta, a la que Jesús le dijo: «Yo soy la resurrección y la vida… ¿Crees esto? Ella le contestó: Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo» (Jn. 11, 25-27). Como San Pedro, nosotros creemos que Jesús es el Cristo, el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Él nació, murió y resucitó por nosotros; Él es el centro de la historia y del mundo; Él es aquél que nos conoce y nos ama; Él es el compañero y amigo de nuestra vida; Él es el hombre de dolor y esperanza.
¿Quién es este? «Éste es Cristo, el Señor», respondemos los cristianos. Ahora, con los actos de la Semana Santa, queremos profundizar, reavivar y manifestar ante el mundo nuestra fe en Jesús, el Hijo de Dios vivo. Ya, el Domingo de Ramos, la Iglesia nos invita a rezar un himno de la Liturgia de la Horas, que es como un pregón de lo que celebramos es la Semana Santa:
¿Quién es este que viene, recién atardecido,
cubierto por su sangre como varón que pisa los racimos?
Éste es Cristo, el Señor, que venció nuestra muerte con su resurrección.
¿Quién es este que vuelve, glorioso y malherido,
y, a precio de su muerte, compra la paz y libra a los cautivos?
Se durmió con los muertos, y reina entre los vivos;
no le venció la fosa, porque el Señor sostuvo a su elegido.
Anunciad a los pueblos lo que habéis visto y oído;
aclamad al que viene como la paz, bajo un clamor de olivos.
Sí. Anunciad lo que habéis visto y oído. Siguiendo el llamamiento del Papa Francisco, en nuestra Diócesis estamos en «salida misionera». Queremos secundar sus palabras: «Salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo» (EG. 49). Él mismo, siendo todavía cardenal-arzobispo de Buenos Aires, escribía a sus diocesanos estas palabras que tienen plena actualidad entre nosotros:
«Os invito, pues, a que salgáis a las calles y acompañéis los pasos de Semana Santa, ¡es una forma de evangelizar! A través de la belleza plástica de las imágenes que reflejan instantes concretos de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor, ¡estamos evangelizando! Por medio de la participación activa y bien coordinada en las procesiones damos testimonio de nuestra fe, una fe que, imbricada en la cultura y en el arte de nuestros pueblos y ciudades, hace que nuestros conciudadanos se asomen al misterio redentor de un Dios que por amor a toda la humanidad, ¡a todos! se entregó en el Misterio redentor de la Cruz. Es necesario salir a las calles, porque también en y por ellas transcurren nuestras vidas y quehaceres cotidianos. También en medio de ellas tenemos que convertirnos en testigos vivos y valientes de un Cristo vivo».
Queridos Diocesanos: Les exhorto a buscar en estos días de Semana Santa tiempos para el recogimiento y la oración, a fin revivir nuestro encuentro con Cristo, que transforma nuestras vidas, si nosotros nos dejamos transformar por la eficacia de su poder redentor. Particularmente les invito a reconciliarnos con Dios y con nuestros hermanos en el sacramento de la penitencia, mediante el cual, arrepentidos, reconocemos y confesamos nuestros pecados, y recibimos el perdón de Dios por el ministerio de los sacerdotes. Así, con un corazón limpio, podremos participar en la comunión del Cuerpo de Cristo y acrecentar nuestra vida cristiana.
Pidamos a Dios que nos ayude a vivir estos días con hondura, a beber más profundamente en este manantial de vida y gracia que es Cristo. A renovar nuestra vida cristiana personal y la de nuestras comunidades. Que nos impulse a ser mejores discípulos misioneros de aquel que «muriendo destruyó nuestra muerte y resucitando nos dio nueva vida». Que nos llene de su Espíritu, para que firmes en la fe, alegres en la esperanza y ardientes en la caridad, con mayor verdad y entusiasmo, comuniquemos al mundo la alegría del Evangelio.
Es lo que deseo y pido a Dios que nos conceda a todos.
† Bernardo Álvarez Afonso
Obispo Nivariense