El obispo ordenará presbíteros a Esteban M. Rodríguez Herrera y a José Manuel Urbina Mérida. La celebración será en la Catedral el próximo 29 de septiembre a las 11 de la mañana. Las primeras misas presididas por los neopresbíteros serán en sus respectivas parroquias, concretamente
Urbina lo hará el domingo 30 a las 19 horas, en la parroquia de María Auxiliadora (S/C de Tenerife) y Rodríguez en S. Bartolomé Apóstol (Tejina), el uno de octubre a las 19.30 horas. Posteriormente ambos presidirán el día dos de octubre una eucaristía en las parroquias en la que han desarrollado buen parte de su servicio pastoral como diáconos; Esteban en Santa Bárbara (Icod) a las 19.30 horas y José Manuel en la de San Lorenzo Mártir (Valle San Lorenzo).
Aprovechamos esta noticia para adjuntar el reportaje que recogimos en la revista “Iglesia Nivariense” del mes de marzo bajo el título: “Llamados a fructificar”, con ocasión de su ordenación diaconal.
En sus primeros pasos, José Manuel, en la Isla de La Palma en septiembre de 1993, y Esteban, en las calles de Tejina en agosto de 1992, tuvieron la suerte de nacer en una familia creyente. Ambos, a su vez, entrelazaron sus pasos en una vida parroquial que les hizo descubrir la vocación como puerta de entrada al prójimo con las manos, el corazón y la mirada de Dios. Es por ello que su sí al Señor “no es más que el eco de mucha oración, de mucha entrega y muchos detalles”, su respuesta a la llamada de Dios no es más que el resultado del acompañamiento silencioso de muchos discípulos misioneros que, con su testimonio en lo cotidiano, hicieron despertar el deseo y la necesidad de la entrega.
En la vida de Esteban, cada noche, su abuela Julia “pasaba por su habitación para enseñarle a rezar e incluso le llevaba a misa cada domingo”. Y fue en una de esas misas de domingo, cuando él tenía apenas 10 años, el que era párroco de Valle Guerra, d. Fermín, dijo en una homilía: “quien tenga vocación que venga a hablar conmigo”. Y es verdad que él nunca se acercó a hablar con aquel sacerdote, pero el interrogante que buscaba la voluntad de Dios en su vida despertó desde ese momento su vocación al sacerdocio. “Si soy sincero, yo siempre he querido ser cura”, afirma Esteban con rotundidad. Sin embargo, faltaba un paso no menor: hacer ver a sus padres que por ahí pasaba la misma voluntad de Dios. Y lo que en un primer momento fue para sus padres disgusto y respuesta negativa, se convirtió, poquito a poco, en una experiencia de fe para ellos. Ahora sus padres “sabían que no perdían a un hijo sino que ganaban a un Seminario entero”. Es por ello, que todo esto es fruto de una Misión que comenzó hace mucho tiempo.
En el caso de José Manuel, su deseo inagotable por encontrar el porqué de todo lo que le sucedía le llevó desde muy pequeño a cuestionarse sobre la posibilidad de ser misionero. África era para él el lugar donde Dios lo quería para cambiar el mundo. Sin embargo, aquella preocupación infantil pero sincera, entrelazada en las circunstancias que conformaron sus primeros años de vida y viendo las pretensiones de muchos de sus compañeros de clase, le llevaron a sentir curiosidad por la medicina. Así, la biología, la química, las matemáticas, etc…, unido al testimonio creíble y al cariño de mucha gente, especialmente de la gente de su parroquia y sus párrocos, y a la experiencia de sentirse Iglesia participando en la vida de ésta, fueron simplemente los cauces por los que el primerear de Dios le hizo ver que su “verdadera vocación, más que a la medicina, debía mirar al corazón del hombre, siendo sacerdote”.
Y es por todo esto que ambos se atreven a decir que “esto de la vocación sólo es cuestión de dejarse enamorar”. Así, un sencillo mirar a las vidas de estos dos jóvenes, así como a la de cualquier otro creyente decidido a ser feliz, es descubrir a un Dios enamorado que sueña con una felicidad auténtica, que capacita para experimentar la alegría de arrodillarse y entregar la vida al servicio de una Misión que les ha sido regalada por un Dios Misionero, por un pueblo misionero.
No dejemos pasar este empeño misionero de llegar a todos, de caminar hacia una misión permanente, de transformar nuestro corazón en un corazón misionero. Pues son muchos los jóvenes, y no tan jóvenes, los que esperan que el testimonio del Evangelio en nuestras vidas les ayude a encontrarse con un Dios que sueña nuestra felicidad. Son muchas las vocaciones, como lo ha sido para Esteban y para José, las que necesitan que “cada parroquia siga siendo una Misión, y cada cristiano un Misionero”.